VIERNES SANTO: Y DANDO UN FUERTE GRITO, EXPIRÓ.

   

Llegó el Santísimo Cristo de la Expiración a la Esquina del Convento, recortó su angustiada silueta sobre la Atalaya, y se quedó definitivamente con el Viernes Santo y con la Semana Santa entera de este año 2013. Había amanecido el día limpio y soleado: parecía dispuesto a regalarnos una mañana espléndida, de esas que ondean los colores de las túnicas de los nazarenos en el Paseo convirtiendo la Procesión del Penitente en un festín para los sentidos. Pero debían cumplirse las escrituras, y así el cielo se cubrió de sombras cuando la Cofradía de San Pedro asomó a la calle su imponente Crucificado, en el que Antonio Jesús Yuste Navarro ha querido relatar a los ciezanos la historia terrible de cómo la Muerte irrumpió en el Calvario para cernirse sobre el cuerpo torturado y exhausto de Jesús de Nazaret. Un cuadro de agudo sufrimiento que en su primer desfile tuvo la compañía de un cielo gris y espeso, idóneo para enfatizar, con su luz de plomo, el dramatismo de esta soberbia obra escultórica.

    A la hora en la que se vivía ese momento histórico en que el Cristo de la Expiración alzaba por primera vez sus ojos ciegos al cielo del Viernes Santo, el paso de La Sentencia, que por primera vez encabezaba la Procesión del Penitente -un lugar honorable pero que exige un gran sacrificio a la Cofradía-, alcanzaba el fondo del Paseo. Detrás, el Nazareno arrastraba su Cruz sobre el trono de la Coronación de Espinas: de no ser por el estreno del nuevo paso de la Cofradía de San Pedro, ésta hubiera sido, sin duda, la estampa de la procesión. En la amplitud del trono, coronado con el clásico monte de clavel rojo, impresionaba la efigie de Pinazo bajo el peso de la larga Cruz, habitualmente enterrada entre el arbolado de su trono de salón. Esa liberación del espacio entorno al Divino Caminante supone un aumento exponencial de su impacto en los espectadores. Una combinación entre imagen y trono, en principio, de carácter excepcional, pero al final de la mañana eran muchas las voces que sugerían dar por bueno y definitivo el cambio de trono para esta Procesión.

    Poco a poco los espectadores iban poblando las sillas del Paseo y de la Plaza de España, hasta terminar presentando un aspecto definitivamente espléndido cuando El Encuentro, acaso el grupo más fotogénico de nuestra Semana Santa, doblaba por Buen Suceso buscando ya la recta infinita hasta Cánovas. El relato del Vía Crucis seguía con la Caída, el paso que rompió en los setenta la identidad absoluta entre la Procesión General y del Penitente, y la Santa Verónica, cuya dolorida elegancia se luce especialmente, y con toda propiedad, en la mañana del Viernes Santo.

    A tenor de los comentarios y preguntas que se escuchaban entre el público, eran muchos los visitantes de fuera que nos acompañaban, entre ellos algunos conocidos procesionistas de Murcia y de Orihuela. No es cosa que pueda sorprender: es muy difícil encontrar, en muchos kilómetros a la redonda, una propuesta procesional de tan altísima envergadura en calidad artística, puesta en escena e intensidad del relato. Un relato que, por supuesto, encuentra su culminación en monte Calvario, que en el quicio entre los dos excelentes Crucificados de Hernández Navarro, uno vivo -Sed- y otro muerto-Misericordia- alza este Cristo de la Expiración que llegaba al Paseo rodeado de una nube de fotógrafos que ya no se separaría del trono hasta su recogida. Incluso debajo de sus capuces azules, era bien visible la alegría inmensa de los cofrades sanpedristas, que con este triunfo histórico culmina una trayectoria artística y devocional asombrosa: desde muchos días atrás no había una túnica disponible para acompañar al Señor. Y es que ciertamente era difícil escapar al torrente emocional de este Cristo, hermoso y terrible a un tiempo, con el que Yuste Navarro se coloca en la primerísima línea de la imaginería de nuestro tiempo. Allá por la Tercia, el propio escultor se puso de punta de vara, con el preceptivo y previo permiso del comisario de la Junta de Hermandades, componiendo artista, obra y Cofradía una fotografía llamada a ganarse un lugar principal entre los recuerdos y vivencias de los procesionistas de nuestro tiempo.

    Los desfiles ciezanos siempre en busca del perfecto equilibrio, como aquel violinista en el tejado, entre la novedad y tradición: los nuevos y magníficos grupos que han configurado la identidad de esta Procesión y colmado su valía artística, contrastan con el sabor a Semana Santa de siempre de los penitentes de paisano, que siguen acompañando al Cristo del Consuelo hasta su gloriosa llegada a la Basílica de la Asunción. Una "despedida" del Señor de Cieza que resulta particularmente emotiva, pero que no puede contemplarse sin pagar un alto precio: perderse la llegada de la Magdalena, que va preparando ya el Entierro de la noche, y la recogida de la Virgen de los Dolores, hermosa siempre y como nunca bajo la luz del mediodía.

    Cuando se cerraba por unas horas el portón de la Casa de los Santos -aunque dentro el trabajo cofrade continuaba sin descanso, embarcado ya hacia la Gran Noche- eran incontables las valoraciones entusiastas que hacían balance de la Procesión del Penitente, discurrida con una fluidez impecable y que exhibió con claridad prístina la excelencia de nuestra Semana Santa.

(NOTICIA CRONICA REALIZADA POR ENRIQUE CENTENO GONZALEZ, PUBLICADA EN LA VERDAD)